Voy a descansar del blog al menos hasta el 15 de agosto. En Interviú trabajo casi todo el mes, pero he decidido parar de escribir aquí porque necesito despejarme un poco y dedicarme a otras cosas cuando me conecte a Internet: las ligas fantásticas de fútbol americano, el blog del 25 aniversario de mi promoción del colegio, el montañismo, las carreras... Pero antes quiero dejar unas cuantas reflexiones que quiero compartir con vosotros:
LOS QUE SIEMPRE PONEN LOS MUERTOS. Durante este 2009, ETA ha matado a dos guardias civiles y a un policía. Son las únicas tres víctimas mortales de los terroristas este año. Policía y Guardia Civil siempre ponen los muertos. Ellos no llevan escoltas, ellos siempre son objetivo, ellos son la primera línea de defensa. Cuando ellos mueren nunca se habla de víctimas inocentes, pero ellos mueren para que todos nosotros disfrutemos de un poco más de libertad... Eso es lo que nunca debemos olvidar.
NUESTROS POLÍTICOS Y LA PRENSA. Llevo siendo periodista 23 años, desde que en el verano de 1986 llegué a la redacción de informativos de Antena 3 de Radio como becario. Antes, pasé varios veranos en la redacción del diario Pueblo, viendo cómo trabajan los compañeros de mi padre: Jesús Soria, Adrián Guerra, Pedro Pablo San Martín, Jaime Semprúm, Vasco Cardoso, Arturo Pérez-Reverte.... Tras pasar por Antena 3 llegué al diario Ya, donde en 1987 encontré a periodistas como Angel Gonzalo, María José Manteiga, Javier Saz, Pilar Martínez Ruipérez, Julián Redondo, Carlos Marcote... Aquel verano de 1987 llegamos al Ya Juan Carlos Serrano, Javier Espinosa, Techu Baragaño y yo, además de otros compañeros a los que no recuerdo. En 1990 llegué a El Sol. Aquella redacción era impresionante. Allí estaban Alberto Pozas, Gonzalo López Alba, Carlos Castro, Mar Hedo, José Manuel Romero, Ramón Lobo, Rafa Fernández, Berna G. Harbour, Julio Maldonado, Julio Ruiz, Arsenio Escolar, Juan Mora...
Así que con 22 años, yo había conocido a un plantel de profesionales de la información impresionante. Tipos con estrictos códigos laborales y personales, implacables en su oficio...
Hago toda esta introducción para preguntarme: ¿qué ha pasado?, ¿dónde se quebró este oficio? ¿cómo es posible que en nuestra profesión sucedan cosas como la que ocurrió esta semana en el Ministerio de Trabajo? Supongo que todos estaréis al tanto, pero os lo resumo: al acabar una rueda de prensa, un periodista de TVE le hizo una pregunta al ministro Celestino Corbacho, que a su jefe de prensa, un tal Manel Fran i Trenchs, le pareció incómoda para su patrón. Así que, el estalinista metido a jefe de comunicación de un ministerio, le dijo al profesional de la información: "Voy a quejarme. Y voy a informarme de quién eres y evitar que vengas a este ministerio en la medida de lo posible".
Me encantaría saber qué habría ocurrido si el jefe de prensa de un secretario de Estado norteamericano o de un ministro británico hubise hecho algo parecido. No sólo habría durado en el cargo unos noventa segundos, sino que probablemente, su imprudencia y su prepotencia le habría costado el puesto a su superior. Pero, claro, ni en Estados Unidos ni en el Reino Unido se convocan ruedas de prensa en las que no se premiten preguntas; ni en esos países los periodistas se han convertido aún en correas de transmisión de los gabinetes de prensa de los ministerios...
En España, la prensa ha fracasado de manera estrepitosa. Los políticos la han domesticado y sólo la emplean a su antojo –yo mismo sufro eso en Interior–, según sus intereses. Y de lo que estoy seguro es de que ninguno de esos profesionales de los que hablaba al principio lo habrían permitido. O al menos prefiero pensar eso.
UNA SANA LECTURA. Lo he tenido que leer varias veces. Este artículo publicado hoy en El País se convierte, gracias al pensamiento único de lo políticamente correcto hoy imperante, en una verdadera pieza de museo. Imagino que casi nadie se hará eco de él, sino es para deprestigiar a su autor o para acusarle de ser agente del Mossad o de islamófobo recalcitrante. Eso, en el mejor de los casos. De ahí a genocida hay un corto camino. Pero, desde aquí, me encantaría recomendaros su lectura.
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