11 de enero de 2010
Santiago del Valle aprende de la 'pandilla basura'
Los asesinos no tienen encanto, ni carisma, ni son atractivos. En 23 años de profesión, no he conocido a uno sólo que se parezca a Hanibal Lecter, la creación de Anthony Hopkins. Ni siquiera a Patrick Bateman, el sanguinario broker metido a serial killer de la novela de Easton Ellis, encarnado en el cine por Christian Bale. Los asesinos son personas cutres, hasta casposas y un buen ejemplo de lo que digo es Santiago del Valle, el asesino de la pequeña Mariluz Cortés. Del Valle es un tipo huraño, con una mujer obesa mórbida, con una vida gris marcada por su obsesión por las menores, que le ha hecho huir de varias ciudades. En Huelva, donde asesinó a Mariluz, vivía con las persianas casi cerradas, con la abertura justa para ver desde su el encierro de su casa a las niñas que pasaban por delante de su casa. Así vio a Mari Luz el día que la mató. Tras ser detenido, reconoció que intentó abusar de ella, aunque negó haberla asesinado.
Pero este tipo de vida sórdida, de más bien pocas luces, no es completamente imbécil. Y en prisión, uno de sus entretenimientos será ver la tele. Y allí ha debido seguir con interés las andanzas de la pandilla basura, Miguel Carcaño y sus amigos, los acusados de matar a Marta del Castillo. Del Valle ha visto cómo se han burlado de la justicia y como van a llegar a juicio sin que el cuerpo de Marta haya sido encontrado. Así que Del Valle ha decidido cambiar su versión y hoy ha dicho que ni siquiera vio a Mariluz. Está en su derecho. Está acusado de un delito tan grave como el asesinato y nuestro ordenamiento jurídico le posibilita mentir las veces que desee. Pero no le va a servir de nada. En el caso de Mariluz la policía sí hizo bien su trabajo y la confesión de Del Valle está acompañada de un buen número de pruebas sólidas.
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