Como sabéis algunos, llevo fuera de circulación unas cuantas semanas. En los próximos días regresaré a todas mis actividades habituales. Antes he tenido tiempo para observar con calma lo que pasa a mi alrededor y cómo se ha contado. Por eso, en este Domingo de Resurrección quiero compartir algunas reflexiones.
Terroristas buenos y terroristas malos. Hace unos días, me sorprendió el tratamiento que en nuestros periódicos se dio a los atentados en el metro de Moscú. En España sabemos bien lo cruel que es hacer volar unos vagones atestados de viajeros que se dirigen a sus tareas cotidianas y que nada tienen que ver con la participación de España en la guerra de Irak o con la política de sangre y fuego emprendida por Putin en el Caúcaso. Sin embargo, leí algún editorial en periódicos de Madrid en el que se intentaba dar alguna explicación a lo que no la tiene.
Cargar los muertos del metro a los dirigentes rusos y a sus despiadadas políticas en Chechenia se puede volver en contra de quien hace ese perverso razonamiento, sobre todo si se hace desde España, país en el que conocemos bien unas cuantas clases de terrorismo, Si, para colmo, unos días después aparece Doku Umarov, un autoproclamado emir del Caúcaso, reivindicando los atentados y asegurando que quiere crear un único estado islámico en la zona, los parecidos con los argumentos de Jamal Ahmidan y Serhane el Tunecino comienzan a ser inquietantes. Los muertos de Moscú son tan inocentes como los de Madrid, Nueva York, Beslan y Londres. Son víctimas de la demencia de unos iluminados nihilistas envenenados por la basura propagada desde algunas mezquitas o manipulados por personajes tan dudosos como este Umarov, que fue asesino antes de emir. Cuando esto se tiene claro, se puede comenzar a hablar de los crímenes de Rusia en Chechenia o de las víctimas de la guerra de Irak.
Desaparición y crimen inquietante. La desaparición de Cristina Martín de la Sierra tenía todos los visos de convertirse en un crimen. Era lo que hasta hace bien poco se llamaba desaparición inquietante en la nomenclatura policial, término que ha caído en desuso por las guerras intestinas entre policías y guardias civiles. Desgraciadamente, las peores previsiones se han cumplido y Cristina, una niña de 13 años, fue asesinada. Pero el caso aún es más inquietante. Tal y como adelantó ayer Informativos Telecinco –enhorabuena a los compañeros de la cadena privada–, una amiga de la víctima, menor de edad, ha sido detenida por su presunta participación en la muerte de Cristina. Otra vez volverá el debate sobre la Ley del Menor y la benevolencia con la que son tratados por ella los menores que cometen delitos tan graves como éste. Y, sospecho, tampoco esta vez nadie dará una solución. Yo tampoco la conozco.
Un último detalle me ha llamado la atención en este caso. Quizás las víctimas se han acostumbrado ya a estar expuestas ante los focos mediáticos y actúan en consecuencia. Es la única explicación que encuentro al hecho de que el padre y un hermano de Cristina compareciesen ante la prensa nada más haberse hallado el cadáver y relatasen a los medios extremos tan íntimos como la forma en la que le habían contado a la hermana pequeña de la víctima que Cristina había muerto: "Le he dicho: 'Dios ha llamado a tu hermana y ya no la volverás a ver más'. También le he dicho que lo bueno es que el ordenador ya será para ella".
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1 comentario:
El comentario que pones del padre es desolador... Por un momento pienso que le falta algo a este hombre, pero inmediatamente pienso que es algo tan brutal, y le habrán metido el micrófono con tanta insistencia..., y lo que apuntas de la influencia de la "normalidad" mediática. Esta persona no puede estar muy bien, por más que externamente lo muestre, y yo creo que si el mismo lee, escucha, ve sus propios comentarios, se diría que por qué no se callaría...
Ante estos crímenes, nada es normal, y lo que se impone es el silencio y el estupor. Y ni siquiera puede sacar la rabia, porque entonces aparecen predicadores torquemadescos que lo enjuician...
Nada es normal.
Sen
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