28 de diciembre de 2009

Al Qaeda sigue desmintiendo a sus jaleadores occidentales


Los atentados del 11 de septiembre de 2001 sirvieron, entre otras muchas cosas, para echar por tierra los argumentos de todos aquellos que decían no justificar, pero sí entender las razones de los terroristas islamistas. El mantra repetido hasta la saciedad era el siguiente: "La situación de pobreza y desamparo a la que Occidente –especialmente Estados Unidos e Israel– ha conducido a esa gente no les ha dejado otra salida que el terrorismo". Eso, en el mejor de los casos. Otros, directamente, decían que las familias que disfrutaban de una pizza en cualquier restaurante de Jerusalén y morían despedazadas por la bomba que llevaba adosada a su cuerpo algún mal nacido motivado por las vírgenes que le esperaban en su paraíso, merecían esa muerte por el trato que Israel da a los palestinos. Estos mismos son los que, tras los atentados del 11-S, decían aquello de que Estados Unidos había probado su propia medicina y muchos de ellos son también los que opinaban que la única razón por la que un grupo de seguidores de Al Qaeda provocó una matanza de inocentes en Madrid fue nuestra presencia en la guerra de Irak.
Atentado tras atentado, Al Qaeda ha ido quitando razones a todos estos amantes de la relatividad y la equidistancia. Los crímenes del 11-S fueron obra de egipcios, saudíes y yemeníes con estudios y de un nivel socioeconómico alto y ninguno de ellos había pasado por un campo de refugiados ni nada parecido. Todos, en especial, Mohamed Atta, tenían en la cabeza un batiburrillo de ideología islamista radical, que iba de Sayid Qutb a Al Zawahiri, mezclado con una frustración personal y sexual que describe perfectamente Martin Amis en El segundo avión.
Los autores del 11-M eran marroquíes, sirios, tunecinos y argelinos perfectamente integrados en nuestro país o delincuentes de poca monta. Alguno habían llegado a España con una beca, otros tenían sus propias empresas... Ni rastro de marginalidad, de experiencias traumáticas, de hambre o de malos tratos por parte de los occidentales.
Ahora, un nigeriano llamado Umar Faruk ha querido volar un avión. Al Qaeda ha reivindicado hoy mismo la acción. Resulta que Umar tampoco ha salido de un campo de refugiados, ni siquiera ha vivido en Suiza y decidió su acción al sentir la opresión de los suizos tras el referéndum que ha desterrado de aquel país los minaretes de las mezquitas. Resulta que es el hijo de un adinerado nigeriano. Otra vez, Al Qaeda empeñada en desmentir a sus jaleadores, que jamás van a terminar de entender sus razones: simplemente, quieren destruir nuestro sistema de vida porque no les gusta. Porque odian ver conducir y estudiar a las mujeres, porque aborrecen que todos podamos votar, porque no entienden que nuestras leyes no emanen de ninguna piedra ni de ningún libro sagrado, sino del pueblo, porque abominan aquello de que "todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Unas palabras que alguien escribió en 1776 y que hoy siguen vigentes no sólo donde fueron escritas sino en eso que muchos llaman el mundo libre, del que, afortunadamente, yo formo parte.

4 de diciembre de 2009

¿Brutalidad policial?


Una de la madrugada en Madrid. Un grupo de policías lleva varios días trabajando, sin apenas dormir, en el esclarecimiento de un secuestro. Un colombiano ha sido amarrado por unos compatriotas para saldar una deuda de cocaína. Los policías escuchan las conversaciones de los secuestradores en tiempo real gracias a Sitel –sí, sí, señores del PP, para eso sirve Sitel–. Uno de los que está con la víctima del secuestro llama a un colega: "Ven en la moto y trae el hierro", escuchan. Ya no hay duda, va a llegar el encargado de ejecutar a la víctima y llevará el hierro, es decir, la pistola. Rodeando la casa hay un grupo de geos, dispuestos a irrumpir en la casa para salvarle la vida al secuestrado. Otros policías están atentos a que llegue la moto en la que viaja el sicario. Ven como un motorista se salta varios semáforos y va en dirección a la casa donde está el secuestrado. Le cruzan un coche, le tiran al suelo, le esposan con violencia porque creen que lleva un hierro, como han oído... Pero todo es un error. No es un sicario colombiano, es un cocinero que regresaba a casa de su trabajo, lo que comprueban cuando ven su DNI. El jefe de grupo, responsable del operativo, al darse cuenta del error, decide que se le traslade inmediatamente a un hospital, pese a que el herido no quiere... Allí se le atiende, se le cura y final de la primera parte de la historia.
La historia es real. Conozco a varios de los agentes que la protagonizaron y al jefe del operativo, uno de los tipos más profesionales y honrados que he visto en el Cuerpo Nacional de Policía. Los participantes en la detención cometieron un error, por supuesto, como los cometo yo a diario. El problema es que sus errores tienen consecuencias mucho más graves que los míos. Pero aquella detención no fue más que eso, un lamentable error por el que debían ser sancionados. No hubo brutalidad, ni ensañamiento, ni palizas... ¿Cómo habría que haber actuado? ¿Dando el alto y pidiendo, por favor, al motorista que les confirmase que era el sicario que iba a matar al secuestrado y que hiciese el favor de dejar el arma que llevaba en un lugar donde no hiciese daño a nadie?
La segunda parte de la historia se acerca a la pesadilla. El cocinero denunció a los policías. La Audiencia Provincial condenó a cada uno de los tres agentes a tres años de prisión por lesiones y detención ilegal, ya que el tribunal consideró que trasladar al herido al hospital fue eso, una detención ilegal. La sentencia fue recurrida y ahora, el Tribunal Supremo ha rectificado el fallo de la Audiencia de Madrid: no hubo detención ilegal y las lesiones han sido calificadas como falta, y no como delito. Cada uno de los agentes debe pagar una multa de 1.200 euros.
Habrá quien piense que es un castigo muy pequeño para un error como el que cometieron los policías. La víctima del error seguro que así lo cree y está en su derecho. Pero lo que era absolutamente desmesurado era castigar con penas de cárcel un error que de ninguna manera es un "caso de brutalidad policial", como titula hoy El País. La sociedad y los tribunales deben proteger a todos los ciudadanos de los abusos policiales. Estoy convencido de ello, como también estoy convencido de que la sociedad y los tribunales deben proteger a los tipos que se juegan la vida en la calle todos los días para hacer cumplir la ley y para que todos seamos un poco más libres. Un recordatorio: se han cumplido ya siete años de la muerte de Salvador Lorente, un inspector del Grupo de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial de Madrid. Murió porque pidió a un sospechoso colombiano que se identificase. El sospechoso le disparó y le mató. Si Salva hubiese ejercido "brutalidad policial" hoy estaría vivo.

1 de diciembre de 2009

La vieja relación entre el doctor Virú y Paquillo, esta semana en Interviú


La operación Grial, que ha acabado con la detención del médico Walter Virú, acusado de suministrar a varios deportistas sustancias dopantes, ha sacudido los cimientos del atletismo. El atleta español en activo con mejor palmarés, el marchador Paquillo Fernández, se ha visto salpicado por el escándalo, ya que en su casa la Guardia Civil encontró productos prohibidos. El marchador asesgura que las sustancias no eran para él, sino para unos amigos.
Esta semana desvelamos en Interviú que la relación entre Paquillo y el doctor Virú se remonta, al menos, a principios de 2007. En esa fecha, la policía puso en marcha la operación Deltoide, que un juzgado decidió archivar. Pero en las investigaciones, Paquillo aparecía como uno de los posibles receptores de paquetes que Virú enviaba a su clientela. Todo, esta semana, en Interviú.