Leo hoy en El País, mientras se rendían honores al cabo Rubén Alonso y al brigada Juan Andrés Suárez, que España va a condicionar el aumento de tropas en Afganistán a un cambio de estrategia en la zona. Según la noticia, el Ministerio de Defensa no enviará más militares allí hasta que cesen los bombardeos indiscriminados sobre la población civil, las tropas norteamericanas se pongan a las órdenes de Naciones Unidas, se comprometa en la lucha contra los talibanes a Irán y a Afganistán, y el presidente Hamid Karzai acabe con la corrupción. O sea, que el Gobierno español pretende que la misión en Afganistán no sea tal misión, destinada a reconstruir un país y a, no lo olvidemos, acabar con los talibanes, sino que pretende que se convierta en un episodio de Los mundos de Yupi en lejanas tierras y protagonizado por gentiles cascos azules.
Estados Unidos no acabó el trabajo que comenzó en Afganistán. Dedicó todos los esfuerzos a la estúpida aventura de Irak, en lugar de aniquilar más allá de las fronteras afgano-paquistaníes a los talibanes. Pero no hay que olvidar que Estados Unidos es el país que más muertos ha puesto en la contienda, y más dinero. Y no tengo ninguna duda de que los bombardeos sobre civiles no son hechos a conciencia, sino gravísimos errores que cuestan cientos de vidas inocentes. Pero, ¿la ONU al mando? ¿Como en Bosnia cuando los serbios masacraban a civiles sin ningún problema? ¿Como en Congo, donde los casos azules contemplan las matanzas sin mover un solo dedo? La ONU ha demostrado su incapacidad como fuerza de interposición en zonas de guerra. Y sin duda, Afganistán está en guerra. Por mucho que se diga desde el Ministerio de Defensa. Y, si no, veamos qué condecoraciones tendrán nuestros soldados muertos allí. Muertos, y en eso sí lleva razón Carme Chachón, en aras de nuestra seguridad y libertad.
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