25 de marzo de 2010

Gitanos y policías


Leyendo este reportaje de Francisco Javier Barroso en El País no he podido evitar un pequeño ataque de melancolía. Un grupo de gitanos impartió un seminario de cuatro horas Academia de Policía. Allí, los calós dieron a los agentes unas mínimas normas sobre cómo comportarse ante este colectivo y de allí salieron consejos como que, en caso de duda, hay que acudir al gitano viejo, al hombre de respeto.
Mientras leía el reportaje retrocedía en el tiempo muchos años, cuando estaban en pie en Madrid Los Módulos y Los Focos, los dos primeros grandes supermercados de la droga de la capital, allí donde algunos gitanos comenzaron a cambiar la chatarra por el caballo, allí donde –como me decían en aquella época algunos viejos gitanos del lugar– empezaron a cambiarse las leyes ancestrales gitanas por las leyes de la droga. En esos años, los policías destinados en la comisaría de San Blas aprendieron a distinguir al gitano bueno del malo y al traficante del yonqui. Y nadie les dio seminarios. Cuando se producía un crimen en esa zona, los inspectores de Homicidios sabían bien dónde ir. Hablaban con el patriarca y le pedían que le entregasen al asesino… Aquello funcionó hasta que esos poblados comenzaron a ser lugares sin ley, donde la heroína era el único código válido.
Unos años más tarde, en la eclosión de La Celsa y La Rosilla, recuerdo a un hoy comisario, entonces inspector destinado en la comisaría de Vallecas Villa, paseando como un sheriff del oeste por esos poblados –verdadero territorio comanche– y llamando a cada gitano por su nombre. “Anda que vaya fregoneta que te has comprado, ¿de dónde has sacado el parné?”, le decía a un conocido traficante. “De la fruta, señor comisario, de la fruta”, le contestaba el caló, sabedor de que el inspector sabía perfectamente que hacía muchos años que no vendía ni un melón.
A La Celsa y La Rosilla le siguieron Las Barranquillas. Recuerdo a los policías de Vallecas Villa vigilando las chabolas desde apostaderos hechos sobre vertederos, donde las ratas pasaban por encima de ellos. Y a los niños gitanos, a bordo de potentes motos, subir para comprobar si había policías y dar el agua. Los tiempos ya habían cambiado y ni siquiera se podía entrar en el poblado sin grandes dosis de ingenio. Como aquella ocasión en la que unos policías se metieron en cajas de televisores y así, en ese singular caballo de Troya, simulando una entrega a domicilio, lograron acceder a un punto de venta de droga.
A Las Barranquillas le ha sucedido La Cañada Real Galiana como escenario de esa desigual guerra de la policía contra los traficantes. Aunque, como dice uno de los protagonistas de la imprescindible serie The Wire, “no es una guerra, porque las guerras se acaban”.
Los tiempos han cambiado para todos. La inmensa mayoría de los gitanos son personas integradas completamente en la sociedad y la inmensa mayoría de los policías no sólo no tienen perjuicios raciales con los gitanos, sino que son los que mejor conocen sus, a veces, incomprensibles códigos. Eso no tiene nada que ver con la guerra contra las drogas, que no es una guerra contra los gitanos. Tanto han cambiado los tiempos que me viene a la memoria una imagen que viví hace poco. En la Comandancia de la Guardia Civil de Madrid, en Tres Cantos, habían hecho reformas y habían comprado mobiliario nuevo. Los mandos llamaron a los gitanos de la zona para que se llevasen el mobiliario antiguo. La imagen de los calós entrando en el cuartel y llevándose en volandas escritorios, mesas, sillas y hasta alguna figura de la Virgen del Pilar –patrona del Cuerpo– fue impagable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todavía recuerdo cuando tuvo que sacarnos la policía a mi y a Dani de Los Pitufos porque nos querían linchar. Aquella experiencia fue impagable. Y al tío Nicasio, de la Celsa, jugando con un dólar de plata gigante colgado del cinturón mientras explicaba que ya nadie le hacía caso (Luismi). O a dos policías de Entrevías, que me recordaban a los de corrupción en Miami hablando con los gitanos de la Celsa... Pero me temo que la inocencia de aquellos tiempos se perdió.