11 de septiembre de 2008

Siete años


Hoy es 11-S. Han pasado siete años de aquella tarde –hora española– en la que el mundo cambió para siempre. En España, la fecha ha pasado casi inadvertida. En Estados Unidos, se siguen celebrando homenajes a los muertos aquel día. Y en alguna remota cueva de Pakistán o de Afganistán, también seguirán celebrando homenajes a sus particulares héroes, los criminales que, ciegos de radicalismo y enfermos de fundamentalismo, perpetraron aquella matanza y dejaron a EEUU en un estado de shock que aún permanece.
Sigo pensando lo mismo que aquella tarde. Esos asesinos no querían dañar a Estados Unidos, esos tipos declararon ese día la guerra contra la civilización occidental, aquella en la que los hombres y las mujeres aspiramos a tener los mismos derechos, aquella que se rige por sistemas de representación democráticos, aquella en la que el estado de derecho y las leyes salidas de los parlamentos son las únicas leyes válidas, aquella en la que, como dice la declaración de Independencia de 1776, todos los hombres tenemos derecho a la vida, la libertad y a la búsqueda de la felicidad... Esos son los principios que aquel 11-S quisieron atacar los terroristas suicidas. Y esos son los que atacaron el 11-M en Madrid y el 7-J en Londres.
Todo lo que ha ocurrido después ha sido desastroso: una guerra inacabada en Afganistán, una estúpida guerra en Irak, la vuelta de Estados Unidos al unilateralismo y el creciente sentimiento antinorteamericano que ha crecido como la espuma en todo el mundo... Los hombres y mujeres que perdieron la vida el 11-S en Nueva York, Washington y Pensilvania no merecían eso. Merecen el respeto y el recuerdo de todos los que seguimos creyendo en los valores de los que antes he hablado.

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